martes, 26 de julio de 2011

COREA DEL SUR



Lo cierto es que Corea no es país especialmente conocido turísticamente. Aunque no sé el motivo siempre me había llamado la atención, así que sin planes definidos allá fuí a parar. Gala se portó como una santa y me presentó a su amigo Jibé, el cual como otro santo me alojó en su casa de Seúl. Jibé profersor de francés en la universidad de Seúl lleva unos 8 años ya en el país y habla perfectamente coreano, o al menos a mi me lo parecía... Así llegué a medianoche al aeropuerto de Seúl, tomé un taxi hasta la casa de Jibé, pero al llegar al laberinto de calles andábamos perdidos sin encontrar la casa exacta, hasta que aparecidos de la oscuridad allí estaban Jibé y su chica coreana Esther. Me llevaron a casa, me dieron de cenar y celebramos la llegada con vino y pastís francés, hablamos de Montpellier, donde habíamos vivido en la misma época, a pesar de que no habernos conocido en aquel momento. Al día siguiente nos levántamos y nos dispusimos a iniciarme en la cocina coreana, la cual me ha encantado aunque lleva un periodo de aclimatación de tus papilas gustativas debido al generoso picante y a sabores completamente extraños a mi paladar. Hicimos una korean barbecue en el jardín acompañada de sopa picante para sudar al sol y el omnipresente Kimchi. A la tarde con Jibé salimos en bicicleta a pedalear por el río y vi la inmensidad de una ciudad como Seúl donde vive casi la mitad de la población de Corea del Sur, y eso es mucha población. Seúl es ultramoderna, de hecho edificios de unos 30 años los consideran viejos y los tiran para construir megatorres de apartamentos. También puedes encontrar a los pies de un rascacielos casas centenarias que nada tienen que ver con el ultramoderno diseño de los rascacielos. A la noche nos invitaron al cumple de una amiga de Esther, cena y bebida, bastante bebida y es que los corean@s beben muchísimo ya sea con los amigos, la familia o los compis de trabajo. Es habitual ver a los oficinistas tras las largas jornadas coreanas de trabajo emborrachándose con sus colegas de trabajo y jefes, es prácticamente una obligación... (Jibé y Esther me contaron que puede ser normal que en una entrevista de trabajo te pregunten cuanto eres capaz de beber, cuanto más mejor al parecer!!!) luego alquilamos una sala de karaoke y se atrevieron a cederme el micrófono, que horror... tras obsequiarles con mis dotes de canto nos fuímos a bailar al primer lugar que he conocido donde las chicas pagaban y nosotros no!!! al parecer el ser extranjero es un reclamo para el local. O sea, una velada de inmersión cultural coreana!!! con las luces del alba un taxi nos condujo a casa con el skyline de Seoul dándonos los buenos días, o quizas las buenas noches...
Tras un día visitando antiguos palacios, mil templos y subirme a una montaña que encontré en mi camino, una chica coreana me paró en la calle pidiéndome que no me ofendiese y si me podía hacer una pregunta... depende en que país hubiese estado me hubiese preocupado o al menos me hubiese esperado lo peor, pero en Corea no hay preocupación alguna por tu seguridad. Me dijo que tenía que encontrar un extranjero para llevarlo a su clase de inglés, al principio que estaba loca si pensaba que yo le serviría de conejillo de indias, además le dije que mi lengua materna no era el inglés, pero eso para el nivel de los coreanos tanto da. Tras pensarlo medio segundo, pensé que diablos no tengo nada más divertido que hacer!!! y así aquella tarde acabe en la clase de inglés con unos 10 corean@s que se dedicaron a dispararme preguntas de todo tipo, personales e indiscretas en su mayoría, al menos para nuestra cultura que no para la suya. Eso sí todo muy divertido y nos reímos mucho, al menos lo que los pude entender, a saber lo que ellos entendería de lo que yo les decía... al final de la clase me escribieron todos mensajes de agradecimiento. Toda una experiencia muy divertida,  así como una bonita y diferente manera de conocer el país.
Para despedirme de Jibé y Esther les cociné un arroz caldoso (lo que son los guiris y como les gustan las paellas para cenar...) que salió bastante digno. Con eso y unas botellitas pasamos la velada y dimos cuenta de lo que quedaba del pastís. Mil gracias por el tiempo pasado en Seoul!!!
Al día siguiente continué camino dirección sur hasta la antigua capital del reino, Gyeongju. Lo cierto es que no me apasionó demasiado, lo más interesante que me ocurrió es que el dueño de un restaurante me enseñó a asar la carne de la Korean Barbecue, yo creía que lo hacía bien pero para nada...














Así que llegué a Busan, ciudad portuaria en el extremo sur de la peninsula, donde tienen un impresionante mercado de pescado donde tienen casi todos los bichos vivos, y los que no están superfrescos. Aquí me aventuré a zamparme un pulpo vivo, casi al estilo de la peli "Old Boy"... uhmmm estaba rico pero todavía se está moviendo en mi panza creo, ese pulpo me puso tan atómico que decidí saltar al otro lado del mar y poner mis pies en Japón!!!!

miércoles, 20 de julio de 2011

FILIPINAS

El shock tras llegar a Manila desde Australia es brutal. Manila es una ciudad inmensa, sucia, pobre, tráfico infernal, etc... nada más saltar del taxi y recorriendo los 10 metros que te separan del hotel ya te han intentado vender todo lo inimaginable, todo!
En el hostel compartiendo habitación me encontré a Satoshi San, japonés que venía a Filipinas tras trabajar en Australia y por lo que me contó debía llevar casi un par de días sin salir del hotel descansando. Lo pusé en pie con la promesa de cena y unas cervecitas, y mientras cruzábamos en hall conocimos a Carlota y Antonio y los arrastramos con nosotros. Carlota llevaba años viviendo en Pekín trabajando para el instituto Cervantes, y Antonio estaba por trabajo en Hong Kong y había venido a pasar el fin de semana a Manila. Nos tomamos unos shawarmas y unas cervezas y acabamos bailando en un local lleno de coreanos (no sé como habían llegado allí... posiblemente como yo?). No sé como pero todos acabamos por lados diferentes. Al día siguiente salí a dar un paseo dominical con Satoshi. Entré a comprar agua a un Seven Eleven, y cuando salí a la calle me encontré a Satoshi rodeado por 5 filipinos hablándole y tocándolo, conseguí espantar a las moscas y proseguir nuestro camino. Pero tras cinco minutos se dió cuenta de que le faltaban los 2 teléfonos que llevaba consigo. Los llevaba en el bosillo trasero de sus jeans... santa inocencia japonesa!!! a quién se le ocurre en una ciudad como Manila...? aunque regresamos al lugar, de nada sirvió obviamente. Así pasé unos días en Manila con Satoshi, los días en el aire acondicionado de los centros comerciales porque la calle era un infierno, las noches en la terraza del bar de abajo donde ya conocíamos a la variedad de personal que pululaba por allí, buscavidas, vendedores de tabaco y mil cosas, mujeres de vida alegre y moral distraida, ladyboys, mochileros, viejos con cara depravada, etc... finalmente conseguí comprar un billete para salir de aquel infierno y convencí a Satoshi de que pospusiera sus clases de inglés y viniese conmigo a la isla de Palawan. Con las ganas que tenía de salir de allí y casí pierdo el avión... suerte que me subí a un taxi con un tipo extraño que no hablaba inglés y que llevaba un guante en una de sus manos; entendió a la perfección mi premura y condujo como un ángel con su guante sobre el tráfico del amanecer manilense, le solté una merecida propina y salté del taxi consiguiedo por los pelos pasar los controles y subir al avión. Yo llegué por la mañana a Puerto Princesa, y en el hostel conocí a Rafy, filipino que vivía entre Manila y Palawan, el cual me instruyó sobre los lugares a visitar en la isla y me llevó a comer a un vegetariano exquesito. A la tarde fuí a recibir a Satoshi al aeropuerto y a la noche salimos a cenar con Rafy a un restaurante donde elegimos a dedo todo el pescado y marisco que queríamos y nos lo prepararon, ummmmm, como diría mi buen amigo Satoshi: "very delicious" una de sus frases favoritas!!!
Al día siguiente yo me adelanté para ir a Sabang. Llegado a la terminal de buses descubro que sin motivos definidos ese día no había bus por la mañana, así que con una pareja lituana que conocí allí, tras mucho regatear alquilamos un tricycle (moto con una especie de sidecar que lo recubre todo), nos amontonamos como pudimos y tras 4 horas y muchos baches llegamos a Sabang. Cogí una choza delante de una playa preciosa, por la noche cené con Mantas y su chica y pasamos la noche en la playa charlando y siendo comidos por los mosquitos. A la mañana siguiente llegó Satoshi. Tras cruzar un camino por la jungla donde vimos variedad de bichos vivientes, visitamos el río subterráneo que tiene kilometros navegables lleno de formas extrañas y millones de murciélagos. Continuamos camino hasta El Nido, desde donde puedes llegar a multitud de islotes. Un día hice una excursión en lancha donde nos llevaron a varios islotes, hicimos una barbacoa de pescado en una calita increíble y tuve el snorkel más espectacular de mi vida.Otro día junto a Satoshi alquilamos motos y recorrimos lugares más recónditos pasando por poblados y casas aisladas y llegando a playas desiertas y de un azul increíble. Los días pasaban tranquilos comiendo pescadito "very delicious" y tomando cervecitas a la tarde. Desde El Nido tomamos una barcaza durante unas 8 horas hasta llegar a Corón, donde continuamos nuestra dieta marinera, pero ahora ya ibamos directamente a comprar el pescado, mariscos y algas al mercado y la señora de la casa nos lo preparaba a nuestro gusto, ummmm "very delicious".... El buceo en Corón es famoso por la cantidad de pecios (barcos hundidos) que duermen en sus aguas; durante la 2ª guerra mundial muchos barcos de guerra japoneses fueron hundidos en esta zona. Un día fuí a bucear dentro de uno de estos barcos japoneses hundido a unos 35m de profundidad, buceamos su interior y también por dentro de sus motores, o lo que quedaba de ellos, muy impresionante como el mar lo va transformando poco a poco. Desde Corón tomamos un gran barco nocturno lleno de millones de filipinos para llegar a la mañana a Manila, welcome to the jungle!!!
Desde Manila pensaba en ir a visitar el norte donde están las famosas terrazas de arroz y lugares de cultura tradicional, pero había un aviso de tifón y finalmente me quedé con Satoshi en el infierno manilense. Más de lo mismo en Manila... Algún día Rafy nos sacó a cenar y nos enseñó la cara chic de Manila, nada que ver con la que conocíamos...
Tras el terremoto en Japón había cambiado mi billete y no tenía previsto ir a Japón, pero tras 20 días con Satoshi tenía mucha curiosidad por conocer su país y él me aseguraba que sino me sentaba encima del reactor de Fukushima no debía haber problema. Así volví a cambiar los planes que no tenía y compré un billete para Corea del Sur y desde allí cruzaría en barco a Japón.

















Me despedí emotivamente de Satoshi San, prometiéndonos volver a vernos algún día en algún lugar, y me quedé esperando un par de días mi vuelo a Seúl.

lunes, 11 de julio de 2011

FIJI & AUSTRALIA












Tras llegar al aeropuerto de Nadi me subí a un bus local el cual me dejó en la carretera principal frente a un camino que llevaba a la aldea de Kulukulu, mi destino. Tras caminar perdido por los caminos buscando la casa de Chong Su, las gentes del pueblo me iban indicando hasta que finalmente la encontré. Allí me alojé con la familia de Chong Su, su mujer, dos gemelas supertraviesas Lena y Poli y un sinfin de primos y sobrinos que pululaban por allí. Supe de la casa a través de Fali que había estado allí y Heini que había vivido allí bastante tiempo. En la casa hacia vida familiar, desayunaba y cenaba con ellos, bebíamos Kawa a la noche (un brebaje tradicional hecho con raíces), y durante el día íbamos a hacer surf a alguna de las playas de los alrededores con la fregoneta de Ed, la cual era una auténtica chatarra corroída por el salitre, donde las puertas no cerraban e iban atadas con cuerdas, le faltaban la mitad de los cristales y nos apiñabamos en la parte trasera entre ruedas de repuesto, herramientas, latas de aceite y demás variedad de basura. Algunos días íbamos a Natadola, una playa de arena blanca y un mar azul brutal; en su arrecife partí mi primera tabla de surf, aún así contento de que no fuese mi cabeza contra el arrecife... También solía ir al pueblo más próximo para conectarme al mundo a través de internet, recorrer su mercado y comer comida india en los puestecillos callejeros (ahora soy adicto al curry). Fiji es una mezcla de razas, los horiundos fijians de la Melanesia, indios traídos durante la colonia y algunos chinos (que están por todo el mundo, creo que no he estado en ningún pais que no tengan colonia china llegada ya sea hace muchas generaciones o recién llegados), también sangre de colonos escoceses corría por allí. Hablan un amalgama de idiomas mezclados entre si, fijian, indi, inglés fijian e inglés que yo sólo entendía a medias. Dos japonesas de Okinawa que habíamos conocido en la playa se vinieron a pasar una noche a la casa, dios que diferentes son los japoneses, eso sí simpáticos y curiosos como sólo ellos.
Tras una semanita familiar me dirigí a conocer los lugares más conocidos y turísticos, pusé rumbo a las Islas Mamanuca muy conocidas por ser el decorado natural de varias películas como el lago azul, el naúfrago de Tom Hanks, etc... Son un grupo de islitas cuyo principal atractivo es tostarse al sol sobre la blanca arena, nadar en las aguas azul turquesa y sobretodo no hacer nada. Como en las pelis, te reciben en la playa grupo de gente local ataviados con faldas, decorados con flores y hukelele y/o guitarra en mano cantándote la canción de bienvenida, todo muy pintoresco y turístico... En el barco conocí a Antoine, parisino que pasaba su año de working holiday en Australia y se tomaba un descanso en Fiji, así nos alojamos en el mismo hostel de la isla de Mana. El lugar no era gran cosa y la comida menos pero estabas justo delante de una playa increíble, así que no pediremos más. Con él pasamos los días tirados en la playa, snorkeleando y haciendo bien poco; las noches tomando cervecitas mientras nos daban el espectáculo para guiris... Después nos movimos a otra isla próxima, Bounty island, si cabe más pequeña que estaría deshabitada sino fuese por el hostel. Tardabas en dar la vuelta a la isla como 20 minutos, así que os podéis imaginar el tamaño; eso sí snorkel increíble en cualquier lugar. Tras más días de no hacer nada tumbados en hamaca, playa o piscina regresamos a la isla principal. Fuimos a la Coral Coast, al beachostel otro hostel con bonita playa. La verdad es que ya estaba cansado de no hacer nada así que me despedí de Antoine y fuí los últimos días a Nadi para esperar mi avión. En la piscina del hostel conocí a Katia y Dusan, ella italiana del norte y Dusan croata que por la guerra emigró a Italia.Los dos estaban en Sydney aprendiendo inglés con su working holiday. Gran descubrimiento este par de elementos! con ellos pasé mi último par de días en Fiji y quedamos para vernos en breve de nuevo en Sydney.
Desayunando en Fiji, un saltito a Auckland, tiempo para comer algo en McDonalds y salto de nuevo a Sydney justo para la cena...
mana island, bounty island

Aunque no estuviese demasiado ilusionado con Australia, debo reconocer que Sydney como ciudad es realmente bonita. Enclavada en una preciosa bahía, con bonitas playas para ser una ciudad, hermosos parques, arquitectura moderna pero también algún barrio colonial antiguo que sorprende, además de en caso de tener dinerito. uno de los mejores lugares que he conocido para vestirse. Así pasaba mis días recorriendo a pie la ciudad, algún día corriendo por sus parques o yendo a las playas vecinas. Mi amiga Montse Gomà había vivido durante algún tiempo en Sydney, se portó super y me presentó a su amiga Elisa, italiana que vive en Sydney desde hace algunos años. Con ella y Angelo, un pugliese supermajo, salimos a cenar y copas alguna noche. Elisa también me llevó a la famosa Bondi beach y alguna que otra excursión durante aquellos días, Grazie tante bella!!! Cuando Katia y Dusan regresaron quedamos una noche para celebrar que era la última de Dusan antes de regresar a Italia, y que locura de noche, donde hubo de todo; acabamos de lunes matinal crapuleando con Dusan por los más sórdidos locales de Sydney, nos dimos un emotivo abrazo de despedida, hasta la vista amigo.
Tras más de una semana en Sydney, en autobús nocturno a Melbourne, donde llegué como a las 5am y donde pasé todo el día recorriendo esta bonita ciudad hasta regresar la noche al hostel. Allí conocí a una colonia de ingleses-irlandeses bebedores de cerveza que pasaban su año de working holiday en Australia, gente divertida y previsible... A la mañana siguiente madrugón al aeropuerto, escala en Sydney y destino final Manila City.

jueves, 7 de julio de 2011

NUEVA ZELANDA

Llegando  Auckland me recibió un bonito amanecer de cielo rojo en llamas; aquello sólo podía ser buen presagio para este país en las antípodas ibéricas.
Lo primero que me sorprendió de Auckland era la cantidad de jóvenes asiáticos supertrendies que encontrabas en la calle. Y es que muchos van a estudiar a la universidad de Auckland, que por cierto es un lugar precioso. Por un momento me volvieron las ganas de estudiar de nuevo, bueno quizás de tener de nuevo una vida de estudiante de días soleados sobre el cesped del campus... Auckland es una ciudad muy moderna y de cara al mar y a la navegación a vela. Puedes encontrar barcos de la copa América en sus muelles, y en cuanto el fin de la jornada oficinista finaliza un pelotón de veleros salen del puerto para navegar unas pocas horas hasta el atardecer. Paseando por un parque encontré otro hostel, el City Grove, allí conocí al manager del lugar, Alessandro, un milanés que había vivido en Barcelona. Era un sitio muy familiar, así que me cambié a este hostel, aunque fuese un poco guarrete... El resto lo pasé recorriendo las playas de los alrededores y buscando un coche de alquiler.
Ya con mi vehículo me lancé a la carretera dirección norte. No sé bien como transmitir la sensación, Nueva Zelanda es preciosa de cabo a rabo, no hay ni un paisaje que por un momento pueda dejarte indiferente, es como andar todo el día con la boca abierta cual bobo(lo cual se me da bien...). Conducir por las carreteras es sentirse continuamente atónito y pasan los kilómetros como anestesiado por los paisajes que se suceden en la pantalla de tu parabrisas. No hace falta ninguna guía porque cualquier rincón puede ser increíble.
Dirección norte llegué a Bay of Islands; como su nombre indica es una gran bahía salpicada por numerosas islitas. Tras mucho trabajo encontré un hostel en Paihia, y luego me fuí a descubrir los alrededores. Acabé en un campo de golf que acababa en un acantilado sobre el mar completamente desierto y lo recorrí descalzo y dando volteretas por los green que eran como una alfombra de hierba. En el hostel conocí a Elisabeth, una joven inglesa que acababa de llegar a Nueva Zelanda con el working holiday visa, con el que los jóvenes de algunos países pueden pasar un año trabajando legalmente en Nueva Zelanda (también Australia lo tiene). La mitad de gente que conocí viajando tenían este tipo de visado. Con Elisabeth al día siguiente pasamos el día recorriendo las playas desiertas hacia el norte de Bay of Islands y la península de Karikari. Al día siguiente salimos a navegar en velero por la bahía, donde vinieron a saludarnos una pandilla de delfines juguetones, saltamos del barco para hacer snorkel y llegamos hasta una islita deshabitada donde tostarse al sol, así pasamos la jornada hasta regresar a puerto con el atardecer. Una mañana mientras desayunaba leí en el diario la triste noticia del terremoto y tsunami japonés... triste noticia que me hizo empezar a pensar en cambiar mis planes japoneses. Continué camino norte hasta Ahipara (los topónimos neozelandeses tienen tela, no hay quién pueda retener los nombres...), y de allí exploré la península del lejano norte. Esta estrecha y alargada península está casi deshabitada, llena de paisajes muy contrastados, playas vírgenes de unos 100 kilometros, dunas de desierto que te transportan al Sahara, bosques frondosos, calas de aguas azul turquesa, etc... Nueva Zelanda nunca deja de sorprenderte. Tras tocar el cabo más noroccidental de la isla, donde se encuentran el mar de Tasmania y el óceano pacífico puse rumbo sur por retorcidas carreteras secundarias donde conducía boquiabierto. De camino hacia el sur pasé por el aeropuerto de Auckland, donde sorprendentemente pude cambiar mi billete de japon para ir a Filipinas y así dejar de lado las vacaciones atómicas.
Pasé de nuevo noche en el City Grove hostel y a la mañana siguiente continué dirección sur explorando toda la costa oriental. Hay una curiosa playa donde si excavas un poco sale agua ardiendo y la gente pala en mano se montan su propio spa. Paseando por esta playa y metido en su propio spa me encontré a Tom, holandés que había conocido en Bay of Islands. Como ninguno teníamos plan definido decidimos continuar camino juntos. Visitamos más playas y fuímos a Rotorua capital volcánica del país. Lo cierto es que el lugar huele a culo, por el azufre y otros gases que desprenden los volcanes, geysers, lagunas hediondas y otras atracciones varias de la zona. Lo mejor fué la visita a unas aguas termales en mitad de un bosque donde pasamos una tarde de lo más relajados. En el hostel conocimos a Jacky y Elizee, las holandesas más divertidas que nunca haya conocido, y ya que era St. Patricks Day salimos a celebrarlo por los pubs irlandeses del lugar. Cuando los cerraron continuamos la celebración en la habitación del hotel tipo viaje fin de curso de EGB, pinchando música con el ipod y el mini-altavoz y comiendo patatas fritas y ganchitos!!! Tras unos días recorriendo la zona, me separé de Tom y continué camino recorriendo la península más oriental de la isla norte, tierra mahorí, paisajes maravillosos, tierras deshabitadas, playas vírgenes y carretera retorcida. Dormí en Tokomaru Bay, una calita con un acceso del diablo donde metí la rueda del coche en un super agujero... Al día siguiente el coche rodaba muy raro, y es que con la dirección recta la rueda izquierda miraba hacia Cuenca... se había quedado bizca!!! Llegado Gisborne me fuí a pelear un rato con las olas y luego compré una patita de cordero neozelandés y la preparé al horno, no fué un lechazo de burgos pero quedó muy digna. Al día siguiente conseguí que me reparasen el coche, tras batallar con la compañia de alquiler, y me dirigí al oeste, al otro lado de la isla hasta Raglan. Raglan es un pueblecito en la costa donde ví uno de los atardeceres más increíbles de mi vida, ni tan siquiera se veía el sol pero la luz del atardecer se reflejaba en una nube, alargada como las nubes de golosina y encendida en colores como el fuego. En el hostel conocí a Mary, californiana de Santa Cruz y con ella íbamos intentar coger alguna ola y conocer los alrededores. El coche ahora hacía otro ruido diferente, e incorporándome a la carretera quedo como muerto... cuando bajo y miro la rueda estaba en posición perpendicular a la dirección del coche, así claro no caminaba... Por suerte el dueño del hostel había sido mecánico y me la pudo arreglar. Al parecer faltaba una tuerca, que al reparar el palier anteriomente habían debido colocar... mejor no explicar lo que hubiese pasado si sucede en carretera abierta!!!














Regresé a Auckland unos días antes de abandonar el país. Aproveché para recorrer los alrededores de la ciudad en coche, y al día siguiente devolví el coche con el temor de que me causaran gran agujero en mi tarjeta de crédito , pero finalmente todo fué bien y no me arruinuaron como temía. En el hostel conocí a Sonia, valenciana del barrio del Cabañal, que había pasado los últimos meses recorriendo Nueva Zelanda en una furgo y en esos días intentaba venderla antes de abandonar el país. Con ella, Alessandro y los variados personajes que pasaban por el hostel pasé mis últimos días. De despedida y como curación para la resaca preparé un caldo de calamar con patatas, que la verdad salió bastante bueno, o al menos los comensales mintieron bien...
Y de Auckland a la islas Fiji!!!!