Lo cierto es que Corea no es país especialmente conocido turísticamente. Aunque no sé el motivo siempre me había llamado la atención, así que sin planes definidos allá fuí a parar. Gala se portó como una santa y me presentó a su amigo Jibé, el cual como otro santo me alojó en su casa de Seúl. Jibé profersor de francés en la universidad de Seúl lleva unos 8 años ya en el país y habla perfectamente coreano, o al menos a mi me lo parecía... Así llegué a medianoche al aeropuerto de Seúl, tomé un taxi hasta la casa de Jibé, pero al llegar al laberinto de calles andábamos perdidos sin encontrar la casa exacta, hasta que aparecidos de la oscuridad allí estaban Jibé y su chica coreana Esther. Me llevaron a casa, me dieron de cenar y celebramos la llegada con vino y pastís francés, hablamos de Montpellier, donde habíamos vivido en la misma época, a pesar de que no habernos conocido en aquel momento. Al día siguiente nos levántamos y nos dispusimos a iniciarme en la cocina coreana, la cual me ha encantado aunque lleva un periodo de aclimatación de tus papilas gustativas debido al generoso picante y a sabores completamente extraños a mi paladar. Hicimos una korean barbecue en el jardín acompañada de sopa picante para sudar al sol y el omnipresente Kimchi. A la tarde con Jibé salimos en bicicleta a pedalear por el río y vi la inmensidad de una ciudad como Seúl donde vive casi la mitad de la población de Corea del Sur, y eso es mucha población. Seúl es ultramoderna, de hecho edificios de unos 30 años los consideran viejos y los tiran para construir megatorres de apartamentos. También puedes encontrar a los pies de un rascacielos casas centenarias que nada tienen que ver con el ultramoderno diseño de los rascacielos. A la noche nos invitaron al cumple de una amiga de Esther, cena y bebida, bastante bebida y es que los corean@s beben muchísimo ya sea con los amigos, la familia o los compis de trabajo. Es habitual ver a los oficinistas tras las largas jornadas coreanas de trabajo emborrachándose con sus colegas de trabajo y jefes, es prácticamente una obligación... (Jibé y Esther me contaron que puede ser normal que en una entrevista de trabajo te pregunten cuanto eres capaz de beber, cuanto más mejor al parecer!!!) luego alquilamos una sala de karaoke y se atrevieron a cederme el micrófono, que horror... tras obsequiarles con mis dotes de canto nos fuímos a bailar al primer lugar que he conocido donde las chicas pagaban y nosotros no!!! al parecer el ser extranjero es un reclamo para el local. O sea, una velada de inmersión cultural coreana!!! con las luces del alba un taxi nos condujo a casa con el skyline de Seoul dándonos los buenos días, o quizas las buenas noches...
Tras un día visitando antiguos palacios, mil templos y subirme a una montaña que encontré en mi camino, una chica coreana me paró en la calle pidiéndome que no me ofendiese y si me podía hacer una pregunta... depende en que país hubiese estado me hubiese preocupado o al menos me hubiese esperado lo peor, pero en Corea no hay preocupación alguna por tu seguridad. Me dijo que tenía que encontrar un extranjero para llevarlo a su clase de inglés, al principio que estaba loca si pensaba que yo le serviría de conejillo de indias, además le dije que mi lengua materna no era el inglés, pero eso para el nivel de los coreanos tanto da. Tras pensarlo medio segundo, pensé que diablos no tengo nada más divertido que hacer!!! y así aquella tarde acabe en la clase de inglés con unos 10 corean@s que se dedicaron a dispararme preguntas de todo tipo, personales e indiscretas en su mayoría, al menos para nuestra cultura que no para la suya. Eso sí todo muy divertido y nos reímos mucho, al menos lo que los pude entender, a saber lo que ellos entendería de lo que yo les decía... al final de la clase me escribieron todos mensajes de agradecimiento. Toda una experiencia muy divertida, así como una bonita y diferente manera de conocer el país.
Para despedirme de Jibé y Esther les cociné un arroz caldoso (lo que son los guiris y como les gustan las paellas para cenar...) que salió bastante digno. Con eso y unas botellitas pasamos la velada y dimos cuenta de lo que quedaba del pastís. Mil gracias por el tiempo pasado en Seoul!!!
Al día siguiente continué camino dirección sur hasta la antigua capital del reino, Gyeongju. Lo cierto es que no me apasionó demasiado, lo más interesante que me ocurrió es que el dueño de un restaurante me enseñó a asar la carne de la Korean Barbecue, yo creía que lo hacía bien pero para nada...