Saltando de un bus a otro conseguimos atravesar Paraguay, cruzar la frontera argentina y llegar a Resistencia, allí pasamos un par de días mientras Mirko se recuperaba de su resfriado. De allí continuamos hacia Salta, famosa por sus empanadas salteñas. Y más al norte hasta Cafayate, zona de vinos, donde visitamos unas bodegas, sus viñedos y catamos su vino, rico por cierto. Al día siguiente visitamos la quebrada (margen seco de un río) de Cafayate, de colores rojizos y formas marcianas, muy impresionante a pesar de ir en una excursión a golpe de pito... Tras un par de días allí nos separamos (con la promesa de reencontrarnos en el Salar de Uyuni, Bolivia) y yo continué dirección norte cruzando la quebrada de Humauaca y otros pueblecillos que ya tenían un sabor muy diferente al resto de Argentina, diferente acento, comida, gente mascando hoja de coca, ya más próximo a Bolivia. Crucé la sucia y caótica fronter a de Villazón y ya estaba en Bolivia.
Tras las aventuras bolivianas entré a Chile por el desierto de Atacama. Llegué a San Pedro de Atacama, donde tenía muchas ganas de ir , pero era temporada alta y estaba todo a reventar, precios caros y personal antipático... Por la tarde fuí al Valle de la Luna, que es un lugar increíble, pero claro el estar lleno de turistas (yo entre ellos...) estropea hasta el más bello de los paisajes. Allí conocí a un joven personaje coreano, oficial del ejército surcoreano y futuro directivo de Samsung, muy curioso el tipo; precisamente allí en el Valle de Luna, él parecía de Marte y yo de otra galaxia, un planeta llamado Santa Coloma....
En el trayecto de Santiago a Valdivia conocí a Juan Carlos, un tipo muy majo que iba a visitar a su familia, y nos pasamos el camino charlando tan animados.Tras 36 horas de viaje llegué a Valdivia, tierra de mi buen amigo Cristián, donde por fin pude dormir en una cama!!! al día siguiente recorrí la pintoresca ciudad, que me gustó. Las casas de madera estan pintadas de colores y de alguna modo son como algo provisional, pues todos esperan la llegada de un nuevo terremoto o tsunami que las tire de nuevo. Prometiendo regresar para pasar unos dias con la familia de Cristián me dirigí hacia el sur hasta la isla de Chiloé.
Chiloé es un lugar muy especial, con mucha historia y una naturaleza particular. Allí me hospedé en casa de una familia de una anciana madre y sus tres hijas solteronas, super simpáticas y graciosas, las cuales me cuidaron bien y nos echamos buenas risas. Durante esos días recorrí la isla haciendo autostop, me dediqué a comer las curiosas especialidades locales, bañarme en las gélidas aguas y relajarme, a pesar de no estar estresado... Camino de regreso a Valdivia pare en Puerto Varas y Frutillar, pueblos con gran inmigracion alemana y que conservan la arquitectura y un aire muy alemán. Para el fin de semana llegué a Valdivia, donde me esperaba Víctor, padre de Cristian. NAda más llegar fuimos a casa de la tía de Víctor, y allí mientras merendábamos viví mi pequeño primer terremoto, no muy perceptible pero la lámpara del techo se balanceaba de un lado a otro. Luego averigüé que en el epicentro había sido un terremoto de unos 6,5 grados; en fin una de las tantas réplicas tras el gran terremoto chileno de 2010. Me quedé en casa de la familia de Cristián donde me trataron de maravilla, me enseñaron la ciudad y el sábado nos dimos un banquete cocinado por Víctor.
Tras los agradables días en familia, volví a la carretera cruzando de nuevo a argentina hasta llegar a Bariloche. El pueblo, o ciudad, en sí no tiene demasiado en especial pero la naturaleza alrededor es realmente bonita. Me di una caminata de unas 8 horas hasta llegar a un albergue de montaña, donde me zampé un bocata de jamón argentino, que seguramente no sea comparable a un bellota, pero no podéis imaginar no bueno que parecía tras la caminata para llegar allí. En el hostel conocí a Camille y Amèlie, dos jovenzuelas francesas que vivían en Buenos Aires y andaban unos días de vacaciones por allí. Una noche bajamos al sótano del hostel donde había una curiosa piscina interior, vacía y abandonada, y allí nos dedicamos contarnos historias, beber vino argentino, escuchar música y antetodo reírnos toda la noche hasta la mañana cuando debía tomar mi bus y continuar buscando el sur.
Atravesando durante interminables horas el monótono paisaje patagónico llegamos El Chaltén, pueblo en mitad de la nada al pie del Fitz Roy. Desde allí me hice una excursión hasta la base del Fitz Roy, que es una montaña espectacular la cual te deja totalmente atónito cuando te vas acercando a ella. Aunque era pleno verano y podía estar a 30 grados habían glaciares todo alrededor. De allí hasta el Calafate, desde donde se accede al glaciar del Perito Moreno, que a pesar de estar ya muy turísticamente planificado, es muy espectacular estar ante esa gigantesca masa de hielo y ver y, sobretodo, oir desprenderse enormes bloques de hielo. En el Calafate me dí un buen homenaje y me puse tibio de cordero patagónico asado a la estaca, ummmmm, no comment... De allí una jornada en excursión a las torres del Paine chilenas.
Desde el Calafate y tras más de 24h de viaje cruzando fronteras y estrecho de magallanes, donde nos acompañaban delfines pintados como orcas, llegué a Ushuaia, el fin del mundo!!!! En el bus conocí a Matteo y Alessio, dos italianos que al principio me parecieron muy ruidosos... luego tras conocerlos son como una de esas parejas de cómicos, no sé... Oliver y Hardy, Faemino y cansado... Matteo es lo más cachondo que he conocido y su definición es "rompere i coglioni alla gente" (su actividad favorita, por él reconocida), un total tocapelotas y orgulloso de ello, en cambio Alessio parecía siempre preocupado por algo y siempre me hablaba en dialecto italiano con lo cual sólo entendía la mitad de lo que me contaba. Con ellos pasé buenos días en Ushuaia charlando, cocinando, comiendo, etc... vida simple. Ushuaia es un lugar pintoresco, pero en realidad no me pareció que tuviese gran atractivo fuera de ser reconocida como la ciudad más al sur del mundo, y lugar de acceso al blanco continente de la Antártida.
Regresé con Matteo y Alessio en avión a Buenos Aires donde aún se quedaron un par de días y nos pudimos dar una fiestecita de despedida, antes de que ellos continuasen hacia el carnaval de Río de Janeiro. Yo por mi parte me quedé unos 10 días despidiéndome de esta ciudad que me había calado hondo y de toda la gente que había ido conociendo. Una noche salí a cenar con Xóchilt, mi amiga con la que había estado viajando por Honduras, y luego me llevó a un teatro Under donde había toda una serie de monologuistas, argentinos por supuesto, todo bien curioso y con discurso muy argentino. También vi otro día a Dani, salimos a cenar, tomar unas copas de despedida y planear un posible encuentro en Australia. Robert, el tocólogo sueco, me invitó una noche a una pequeña barbacoa en su casa y luego salimos con sus amigos por la noche porteña. Acábamos Leandro y yo de pajareo matinal. Alycia (la amiga de Mirko con la cual viajamos en Bolivia) estaba de vuelta en Buenos Aires, así que una noche nos fuimos a ver una banda de percursión, la bomba del tiempo y luego decidimos marchar un par de día juntos a Rosario, donde por primera vez en mi vida salté en paracaidas desde una avioneta, lo cierto es que fué impresionante pero me dió más miedo subir a esa avioneta que parecía hecha de cartón que saltar desde ella.
Otra noche cené con Lucio y luego fuimos a mi local favorito, Río en Palermo, donde había un gran fiestón y en mitad de la pista me encontré a Laura, una conocida de Barcelona, nunca sabes a quién te puedes encontrar en este mundo...
Ya regresada de sus vacaciones Caro me llevó por su pueblo, San Isidro, para ver que no todo en Buenos Aires es locura de gran ciudad. Al día siguiente fuimos al hipódromo a ver las carreras de caballos, me llevo también al pequeño Chinatown y pasamos el día hasta que tuve que partir y dejar atrás Buenos Aires.
Días más tarde descubrimos con María Luisa que ella también estaba esos días en Buenos Aires, quizás nos cruzamos por calle... tan cerca tan lejos...
Y en bus de nuevo cruzando los altos de la cordillera hasta llegar a Santiago de Chile, donde pasé el día recorriendo la ciudad, para en la noche del 7 de Marzo tomar un vuelo hasta llegar a Auckland, Nueva Zelanda, el 9 de Marzo, alguién me robó un día de mi vida...
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