Llegando Auckland me recibió un bonito amanecer de cielo rojo en llamas; aquello sólo podía ser buen presagio para este país en las antípodas ibéricas.
Lo primero que me sorprendió de Auckland era la cantidad de jóvenes asiáticos supertrendies que encontrabas en la calle. Y es que muchos van a estudiar a la universidad de Auckland, que por cierto es un lugar precioso. Por un momento me volvieron las ganas de estudiar de nuevo, bueno quizás de tener de nuevo una vida de estudiante de días soleados sobre el cesped del campus... Auckland es una ciudad muy moderna y de cara al mar y a la navegación a vela. Puedes encontrar barcos de la copa América en sus muelles, y en cuanto el fin de la jornada oficinista finaliza un pelotón de veleros salen del puerto para navegar unas pocas horas hasta el atardecer. Paseando por un parque encontré otro hostel, el City Grove, allí conocí al manager del lugar, Alessandro, un milanés que había vivido en Barcelona. Era un sitio muy familiar, así que me cambié a este hostel, aunque fuese un poco guarrete... El resto lo pasé recorriendo las playas de los alrededores y buscando un coche de alquiler.
Ya con mi vehículo me lancé a la carretera dirección norte. No sé bien como transmitir la sensación, Nueva Zelanda es preciosa de cabo a rabo, no hay ni un paisaje que por un momento pueda dejarte indiferente, es como andar todo el día con la boca abierta cual bobo(lo cual se me da bien...). Conducir por las carreteras es sentirse continuamente atónito y pasan los kilómetros como anestesiado por los paisajes que se suceden en la pantalla de tu parabrisas. No hace falta ninguna guía porque cualquier rincón puede ser increíble.
Dirección norte llegué a Bay of Islands; como su nombre indica es una gran bahía salpicada por numerosas islitas. Tras mucho trabajo encontré un hostel en Paihia, y luego me fuí a descubrir los alrededores. Acabé en un campo de golf que acababa en un acantilado sobre el mar completamente desierto y lo recorrí descalzo y dando volteretas por los green que eran como una alfombra de hierba. En el hostel conocí a Elisabeth, una joven inglesa que acababa de llegar a Nueva Zelanda con el working holiday visa, con el que los jóvenes de algunos países pueden pasar un año trabajando legalmente en Nueva Zelanda (también Australia lo tiene). La mitad de gente que conocí viajando tenían este tipo de visado. Con Elisabeth al día siguiente pasamos el día recorriendo las playas desiertas hacia el norte de Bay of Islands y la península de Karikari. Al día siguiente salimos a navegar en velero por la bahía, donde vinieron a saludarnos una pandilla de delfines juguetones, saltamos del barco para hacer snorkel y llegamos hasta una islita deshabitada donde tostarse al sol, así pasamos la jornada hasta regresar a puerto con el atardecer. Una mañana mientras desayunaba leí en el diario la triste noticia del terremoto y tsunami japonés... triste noticia que me hizo empezar a pensar en cambiar mis planes japoneses. Continué camino norte hasta Ahipara (los topónimos neozelandeses tienen tela, no hay quién pueda retener los nombres...), y de allí exploré la península del lejano norte. Esta estrecha y alargada península está casi deshabitada, llena de paisajes muy contrastados, playas vírgenes de unos 100 kilometros, dunas de desierto que te transportan al Sahara, bosques frondosos, calas de aguas azul turquesa, etc... Nueva Zelanda nunca deja de sorprenderte. Tras tocar el cabo más noroccidental de la isla, donde se encuentran el mar de Tasmania y el óceano pacífico puse rumbo sur por retorcidas carreteras secundarias donde conducía boquiabierto. De camino hacia el sur pasé por el aeropuerto de Auckland, donde sorprendentemente pude cambiar mi billete de japon para ir a Filipinas y así dejar de lado las vacaciones atómicas.
Pasé de nuevo noche en el City Grove hostel y a la mañana siguiente continué dirección sur explorando toda la costa oriental. Hay una curiosa playa donde si excavas un poco sale agua ardiendo y la gente pala en mano se montan su propio spa. Paseando por esta playa y metido en su propio spa me encontré a Tom, holandés que había conocido en Bay of Islands. Como ninguno teníamos plan definido decidimos continuar camino juntos. Visitamos más playas y fuímos a Rotorua capital volcánica del país. Lo cierto es que el lugar huele a culo, por el azufre y otros gases que desprenden los volcanes, geysers, lagunas hediondas y otras atracciones varias de la zona. Lo mejor fué la visita a unas aguas termales en mitad de un bosque donde pasamos una tarde de lo más relajados. En el hostel conocimos a Jacky y Elizee, las holandesas más divertidas que nunca haya conocido, y ya que era St. Patricks Day salimos a celebrarlo por los pubs irlandeses del lugar. Cuando los cerraron continuamos la celebración en la habitación del hotel tipo viaje fin de curso de EGB, pinchando música con el ipod y el mini-altavoz y comiendo patatas fritas y ganchitos!!! Tras unos días recorriendo la zona, me separé de Tom y continué camino recorriendo la península más oriental de la isla norte, tierra mahorí, paisajes maravillosos, tierras deshabitadas, playas vírgenes y carretera retorcida. Dormí en Tokomaru Bay, una calita con un acceso del diablo donde metí la rueda del coche en un super agujero... Al día siguiente el coche rodaba muy raro, y es que con la dirección recta la rueda izquierda miraba hacia Cuenca... se había quedado bizca!!! Llegado Gisborne me fuí a pelear un rato con las olas y luego compré una patita de cordero neozelandés y la preparé al horno, no fué un lechazo de burgos pero quedó muy digna. Al día siguiente conseguí que me reparasen el coche, tras batallar con la compañia de alquiler, y me dirigí al oeste, al otro lado de la isla hasta Raglan. Raglan es un pueblecito en la costa donde ví uno de los atardeceres más increíbles de mi vida, ni tan siquiera se veía el sol pero la luz del atardecer se reflejaba en una nube, alargada como las nubes de golosina y encendida en colores como el fuego. En el hostel conocí a Mary, californiana de Santa Cruz y con ella íbamos intentar coger alguna ola y conocer los alrededores. El coche ahora hacía otro ruido diferente, e incorporándome a la carretera quedo como muerto... cuando bajo y miro la rueda estaba en posición perpendicular a la dirección del coche, así claro no caminaba... Por suerte el dueño del hostel había sido mecánico y me la pudo arreglar. Al parecer faltaba una tuerca, que al reparar el palier anteriomente habían debido colocar... mejor no explicar lo que hubiese pasado si sucede en carretera abierta!!!
Regresé a Auckland unos días antes de abandonar el país. Aproveché para recorrer los alrededores de la ciudad en coche, y al día siguiente devolví el coche con el temor de que me causaran gran agujero en mi tarjeta de crédito , pero finalmente todo fué bien y no me arruinuaron como temía. En el hostel conocí a Sonia, valenciana del barrio del Cabañal, que había pasado los últimos meses recorriendo Nueva Zelanda en una furgo y en esos días intentaba venderla antes de abandonar el país. Con ella, Alessandro y los variados personajes que pasaban por el hostel pasé mis últimos días. De despedida y como curación para la resaca preparé un caldo de calamar con patatas, que la verdad salió bastante bueno, o al menos los comensales mintieron bien...
Y de Auckland a la islas Fiji!!!!
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